sábado, 23 de febrero de 2013


A diferencia de otros proyectos emancipadores y liberadores, el socialismo del Buen Vivir tiene como terreno y fin último de su acción política la defensa y el fortalecimiento de la sociedad, del trabajo y de la vida en todas sus formas. Para lograrlo, el primer paso es resolver el acceso a los bienes, a las oportunidades y a las condiciones materiales e inmateriales que garanticen −a los individuos, los colectivos y las generaciones futuras−, una forma de vida digna sin perjudicar a la naturaleza y a las especies con las cuales compartimos el planeta. Nuestro mundo es como una nave espacial, en la que contamos con recursos limitados, porque limitado es el espacio en el que compartimos la vida, y por tanto tenemos que cuidarlo. El Buen Vivir no es solo un concepto, es una realización cotidiana de los seres humanos.
El horizonte político de la Revolución Ciudadana es el socialismo del Buen Vivir que articula la lucha por la justicia social, la igualdad y la abolición de los privilegios con la construcción de una sociedad enmarcada en el respeto a la diversidad y en armonía con la naturaleza, donde todos y cada uno puedan desarrollar sus capacidades y conducir su vida de modo digno, libre y autodeterminado. Nuestro desafío fundamental es lograr la universalización de los derechos y su transformación en oportunidades y capacidades para que todos y cada uno de los habitantes del suelo ecuatoriano lleven una vida en plenitud. La autorealización y la felicidad de cada uno van de la mano de la consecución del bienestar colectivo, del mutuo reconocimiento y la solidaridad, del respeto a la dignidad de los otros y del cuidado de la Pacha Mama.
Debemos crear las condiciones para que cada uno de nosotros mejore su vida de manera
constante, sin que ello implique el deterioro de las oportunidades de los demás. Nuestra acción se dirige a la construcción de un Estado orientado al servicio del interés general, a la protección de los intereses de las grandes mayorías y con capacidad de gobernar y modificar las líneas centrales de la dominación capitalista. La acción colectiva de un Estado democrático, que requiere de la constante organización popular y cooperativa de la sociedad, permite evitar el dominio de los poderes fácticos y de los particulares intereses de los poderosos sobre el conjunto de la sociedad.
El socialismo del Buen Vivir cuestiona el patrón de acumulación hegemónico; es decir, la
forma en que las sociedades capitalistas neoliberales se organizan para producir, crecer y distribuir. Proponemos una transición hacia una sociedad en que la vida no esté al servicio del capital o de cualquier otra forma de dominación. Afirmamos, de modo radical, que la supremacía
del trabajo humano sobre el capital es innegociable y que la defenderemos en todos los espacios de la vida social en que pueda ser vulnerada. El trabajo no puede ser visto como un factor más de la producción sino como el fin mismo de la producción y la base para el despliegue de nuestros talentos. El mundo del trabajo es el espacio en que nos reconocemos como seres sociales −como compañeros, trabajadores del campo y la ciudad, empleados, profesionales, estudiantes, hombres y mujeres, que compartimos saberes y destrezas generales− y como actores creativos en constante ejercicio de nuestros derechos y libertades fundamentales. El socialismo del Buen Vivir va de la mano con la construcción de una democracia profunda que se nutre de la participación popular permanente en el proceso político y en la vida pública del país. La vida en plenitud, la vida buena, el Buen Vivir no se realizan sin el compromiso activo de la ciudadanía y de los pueblos en la resolución de los problemas comunes. La política democrática es una escuela ética y transformadora. Significa alcanzar un nuevo nivel de convivencia al interior de la ciudadaníapara reconocernos en las aspiraciones y en la lucha de los otros, y no sólo en las individuales.
Esto supone respetar la diversidad cultural, de género, étnica y etaria; lo mismo que las diferentes
opciones y vivencias sexuales y afectivas, creencias religiosas y políticas que se encuentran en nuestra sociedad. Esta posición política y democrática nos convoca a todos los ecuatorianos, mujeres y hombres, a la movilización permanente, por estos derechos generales, que van más allá de nuestras legítimas luchasparticulares.
El socialismo del Buen Vivir se identifica con la consecución del bien común y la felicidad de cada uno, que no se logra mediante la acumulación de grandes riquezas y tampoco con el consumo excesivo de bienes. Se obtiene con el máximo aprovechamiento de los talentos y de las capacidades personales y colectivas presentes al interior de un Estado democrático y de una ciudadanía activa. Se trata de un espíritu vigoroso que empuja cada uno de nuestros esfuerzos por aprender y superarnos. Está presente en el cultivo de la amistad, en el respeto, en la fraternidad, en la solidaridad, en la compañía de nuestros seres queridos y en la armonía con la naturaleza. El Buen Vivir forma parte de nuestras aspiraciones de una vida en común para alcanzar la dignidad y la felicidad que todos y todas merecemos en este planeta.
Nuestra propuesta política es la combinación de diversas maneras de ver el mundo, seamos de cualquier región o pertenezcamos a diferente pueblo o nacionalidad. Somos los actuales ecuatorianos, hombres y mujeres, indígenas, cholos, afroecuatorianos, blancos, mestizos o montubios, que ahora estamos dispuestos a convivir por el bien común, la armonía y la construcción del socialismo del Buen Vivir.
El socialismo del Buen Vivir es nuestra utopía. Nos permite no perdernos en el trayecto político. Podremos errar en ciertos medios y confundirnos en determinados fines pero no podemos perder de vista los principios que nos impulsan en la lucha por su consecución.
Afrontar el desafío de fortalecer y dar continuidad al proyecto de la Revolución Ciudadana
exige una gran claridad en los principios y valores que guían este proceso democrático.
Las orientaciones éticas y filosóficas que señalaron el camino y aseguraron la realización de la primera etapa de nuestro proyecto político continúan vigentes. Estas orientaciones cambian la idea de que el presente es una pura fatalidad histórica a la que debemos resignarnos o acostumbrarnos, como se habitúa el peatón al paisaje que observa todos los días. La negación de la posibilidad del cambio obliga al ciudadano común a ver el futuro desde el conformismo y niega así la posibilidad de construir en el presente opciones de transformación y acuerdos colectivos que permitan creer que otras formas de vida social son necesarias. Por todo esto surge la necesidad de clarificar las principales orientaciones emancipadoras para no perder de vista el camino hacia el socialismo del Buen Vivir. Hacia una sociedad radicalmente justa
Las orientaciones éticas que guían el socialismo del Buen Vivir se fijan dentro de una concepción igualitaria y democrática de la justiciaque se expresa en cuatro dimensiones:
• La Justicia social y económica como base del ejercicio de las libertades. En una sociedad justa, todas y cada una de las personas gozan del mismo acceso a los medios materiales, sociales
y culturales necesarios para llevar una vida satisfactoria. La salud, la educación y el trabajo son las bases primordiales de la justicia social. Con dichos medios, todos los hombres y mujeres podrán realizarse como seres humanos y reconocerse como iguales en sus relaciones sociales.
• La justicia democrática participativa. En una sociedad políticamente justa, toda la ciudadanía debe contar con el mismo poder para participar en el control colectivo de las decisiones políticas que afecten su destino común, lo cual implica defender los principios de igualdad política, participación y poder colectivodemocrático.
• La justicia intergeneracional. En una sociedad justa desde el punto de vista intergeneracional, los planes y las acciones que se apliquen en el presente deberán considerar necesariamente a las generaciones presentes y futuras. Esta orientación marca la responsabilidad que debemos asumir en el presente, fundamentalmente, con respecto a los impactos ambientales
y sociales que podamos ocasionar por el inadecuadouso de los recursos naturales y otras
decisiones que pongan en riesgo las bases biofísicasde nuestra reproducción.

• La justicia transnacional entiende que la patria soberana, autónoma y autodeterminada, debe relacionarse, colaborar, cooperar e integrarse con otros países y pueblos en un plano de igualdad y complementariedad, con el horizonte puesto en la generación de un Buen Vivir mundial, en paz y seguridad (ecológica, social y política). La combinación de estos principios propone
unir y dar sentido a las libertades y garantías democráticas que hoy tenemos. Somos
responsables de construir un porvenir justo y compartido.
Hacia una sociedad con trabajo liberador
y tiempo creativo El punto de partida de la libertad potencial
que genera el trabajo es que la ciudadanía tenga
la posibilidad de asegurar su propio sustento y autonomía.
Una agenda igualitaria consiste en repartir toda la carga de trabajo (asalariado, mercantil
autónomo, no mercantil doméstico y comunitario) y no solo la parte que se realiza como trabajo
asalariado. La reducción de la jornada laboral
no es solo un instrumento para una distribución más justa del trabajo asalariado, sino que puede
convertirse en la meta transformadora de una sociedad que persigue crear más tiempo disponible
para las personas, para sus actividades familiares, comunitarias y de recreación.
La sociedad debe estar centrada en el trabajo pero no asentada en la propiedad estatal de
los medios de producción, sino en un régimen
de propiedad mixto, en que coexisten la propiedad privada regulada, el patrimonio público,
las comunidades y las asociaciones colectivas
(cooperativas). Este modelo tiene la potencialidad
de asumir, como objetivo colectivo, la reproducción de la vida social y la garantía del
trabajo digno en diversas esferas de relacionamiento
social. En un sentido emancipador, se trata de transformar las relaciones sociales existentes,
de reequilibrar los tiempos sociales y de abolir la división sexual del trabajo. Con ello se busca
reducir la presión en el trabajo, sin descartar que se trata también de un espacio para el desarrollo de facultades humanas, en beneficio de otras dimensiones de la existencia social: el
ocio creador, el arte, el erotismo, el deporte, la participación democrática, la celebración festiva,
el cuidado de las personas y de la naturaleza y la participación en actividades comunitarias.
Hacia una sociedad igualitaria y equitativa
Sin una base de igualdad no hay sociedad posible. La igualdad es la condición para el mutuo reconocimiento de todos y todas. La igualdad y el reconocimiento forjan las mínimas bases de la cohesión social, sin las cuales no puede hablarse de justicia, de democracia,
ni de sociedad.
No es suficiente dar más al que menos tiene.
Se debe reducir también la distancia que separa al uno del otro. La distribución de los recursos
debe reducir las brechas entre posiciones sociales y económicas, a fin de auspiciar la integración
y la cohesión de los individuos en la sociedad.
El objetivo en la producción y distribución de bienes públicos debe ser la ampliación de
las coberturas y la mejora de la calidad en la prestación de servicios. La focalización es un criterio
para priorizar acciones ante emergencias momentáneas. Sin embargo, la universalidad solidaria es el principio rector de una estrategia económica y social igualitaria para el mediano
y largo plazo. Conceder a un grupo de personas un derecho especial o particular, puede
tener un carácter temporal para conseguir un objetivo específico, pero de ninguna manera puede convertirse en el modus operandi de la política pública. Si esto ocurriera estaríamos
considerando al “beneficiario” en una posición de subordinación e indignidad frente al resto
de la ciudadanía. Una sociedad igualitaria es una comunidad política no estratificada, en el sentido de que no genera grupos con opciones desiguales de acceso y uso de los recursos sociales. Una
sociedad de iguales no significa que todos y todas deban tener el mismo ingreso, nivel
y estilo de vida, los mismos gustos, deseos o expectativas. Supone, más bien, que toda la
ciudadanía se reconozca como parte de una comunidad política en que tienen derechos,
garantías y recursos mediante los cuales desarrollar, en similares condiciones, sus específicos proyectos de vida. Como sostuvo el Libertador Simón Bolívar: “Sin igualdad perecen todas las libertades, todos los derechos”. La igualdad como inclusión de los individuos
y colectivos en la comunidad política articula políticas distributivas y redistributivas
–todo para todos−, el combate frontal a los privilegios de todo tipo, el reconocimiento de las diferencias y el desmontaje de las jerarquías y formas de subordinación que impiden la fluidez
de las relaciones sociales. La construcción de una sociedad igualitaria no se resuelve en términos individuales sino en la modificación de las pautas distributivas generales y en la transformación de una estructura social que no habilita la movilidad y la inclusión
de las mayorías en la comunidad política.
Hacia una sociedad de plenas capacidades, emancipación y autonomía
Partimos de una máxima: el libre desarrollo de todas las mujeres y hombres es la condición
para una sociedad emancipada. La expansión de las capacidades del conjunto de la ciudadanía se convierte en una meta para que todos puedan elegir de manera autónoma sus objetivos,
sea de manera individual o asociada. La atención no debe estar centrada exclusivamente
en el acceso al bien mínimo, a tener lo más elemental para vivir. El verdadero objetivo
es el desarrollo de las capacidades fundamentales de las personas y la afirmación de las identidades que constituyen su ser. El referente debe
ser una vida digna y no una mera condición de
supervivencia. Se debe abogar, entonces, por la expansión de las capacidades en el marco del
cumplimiento de los derechos humanos y no únicamente quedarse en el acceso a simples metas de satisfacción de necesidades mínimas. El objetivo es la garantía de los derechos de la ciudadanía. Esto nos hace corresponsables del cumplimiento de los deberes con los otros, sus comunidades y la sociedad en su conjunto.
Hacia una sociedad solidaria y en común
Dignidad La construcción de la cooperación, la solidaridad
y la fraternidad es un objetivo acorde con una sociedad que quiere recuperar el carácter público y social del individuo. No se busca promover solo un desarrollo personal y egoísta, como ocurre en una sociedad de libre mercado. La fraternidad o comunidad de acción se coloca en el corazón de los proyectos democrático- republicanos. Parte del postulado humanista: “Yo te doy porque tú necesitas y no porque pueda obtener un beneficio a cambio”. Se trata de un conjunto de valores y motivaciones individuales que facilitan el desarrollo de la libertad positiva de mujeres y hombres y que legitiman el principio de la redistribución de la riqueza y la promoción de la igualdad social.
La fraternidad implica una disposición cívica: involucra el reconocimiento de las necesidades
e intereses de los otros, la aceptación de la justicia, de la ley y el respeto de las instituciones.
Esto se vuelve el fundamento de una democracia fuerte, como forma de sociedad y de gobierno, pues no acepta que persona alguna sea sometida a la voluntad de otras. Una base de fraternidad impide que los objetivos personales se vean reducidos a un mero afán de obtener réditos particulares. Ayuda a construir experiencias comunes para crear un porvenir compartido en el que nadie dependa de otro particular para vivir con dignidad. La idea intuitiva de una vida acorde con la dignidad humana sugiere que las personas no solo tienen derecho a la vida, sino a una vida compatible con la dignidad. Por lo tanto, abogamos por el reconocimiento de la misma dignidad entre todos los seres humanos. Reconocernos en común dignidad nos iguala como personas. Hacia una sociedad corresponsable y propositiva A diferencia de la responsabilidad, que es la capacidad de una persona para asumir las consecuencias de sus acciones y decisiones, la corresponsabilidad es un atributo de carácter social, con el cual los individuos o las colectividades asumen responsabilidades comunes para lograr un determinado fin o responder también a una situación específica. Desde el punto de vista positivo y constructivo, la corresponsabilidad  refleja una actitud de compromiso comunitario para alcanzar el mejoramiento de nuestras vidas. La corresponsabilidad se opone a una actitud individualista y pasiva, que solo espera el mejoramiento personal y el logro de beneficios y servicios que el Estado puede darle a un ciudadano o a un grupo minoritario.
La corresponsabilidad es una actitud social que se encuentra muy cercana a la solidaridad.
Podemos pensar en un futuro mejor para el Ecuador si es que todos los ciudadanos, hombres
y mujeres, somos corresponsables de nuestro propio destino como sociedad. No debemos esperar que el Estado y sus instituciones nos resuelvan todas nuestras necesidades.
Esto lleva a demarcar, en términos políticos, el ámbito de intervención del Estado, en los diversos
campos. Por ejemplo, en el plano social, la primera responsabilidad les corresponde a los padres y las madres. Son ellos, quienes, idealmente, deben velar por el bienestar de sus hijos.
La maternidad y la paternidad son, en primer lugar, responsabilidades individuales.
La Constitución nos garantiza derechos pero la ciudanía debe cumplir también con deberes.
La corresponsabilidad representa una actitud y capacidad colectiva para dar respuesta a situaciones que son importantes para una comunidad. Podemos ser corresponsables de situaciones beneficiosas para todos, cuando apoyamos acciones que la política pública implementa para salud, educación, saneamiento ambiental, seguridad ciudadana, prevención de desastres y atención de situaciones de emergencia, etc., en las que nuestra participación y aportes son importantes para el éxito de una gestión. Por ello decimos que la corresponsabilidad es también propositiva, porque podemos presentar propuestas, desarrollar iniciativas, generar actitudes creativas ante las situaciones que se nos presentan en la vida comunitaria.
Nuestra corresponsabilidad –entendiendo siempre como actitud y acción colectiva− también
debe estar presente cuando en ocasiones hacemos caso omiso de situaciones que lesionan
y causan daño a la vida de nuestra familia, barrio o comunidad, como pueden ser el silencio cómplice en temas de seguridad ciudadana, delincuencia o violencia intrafamiliar. La corresponsabilidad es una manera de construir una cultura ciudadana que garantice nuestros
derechos y genere una actitud colectivamente responsable para cumplir también con nuestras
obligaciones. La corresponsabilidad en política pública es determinante para generar ciudadanía. Se trata
de lograr una democracia viva e intensiva, simétrica entre los ciudadanos y su organización
política. Parte del principio de una necesaria renovación de la política, tanto desde el punto de vista individual como colectivo, y de la necesidad de incluir distintas voluntades y compromisos de la comunidad en la formulación de su destino. Nuestro Programa no se sustenta sobre un pesado estatismo. Tampoco partimos de la ingenuidad de abandonar el Estado,
por intereses particulares y corporativos bajo determinadas conveniencias, como ocurrió en el neoliberalismo. La corresponsabilidad significa encontrar el justo equilibrio entre la responsabilidad del Estado, las instituciones y los ciudadanos. Hacia una sociedad en armonía con
la naturaleza El respeto a la naturaleza supone una responsabilidad ética con las actuales y futuras
generaciones, con la gigantesca variedad de especies animales y vegetales y con los ecosistemas
que conviven en nuestro territorio. La Constitución del Ecuador garantiza los derechos de la naturaleza y un ambiente sano y sostenible. Este reconocimiento exige plantear las actividades humanas dentro de los límites biofísicos del planeta y el cuidado de los recursos
para las generaciones que vienen. El funcionamiento de la economía prioriza una gestión eco-eficiente de los recursos materiales y energéticos, mediante la aplicación de tecnologías y prácticas que posibiliten el mantenimiento de la integridad, las funciones y los servicios de los ecosistemas. El Estado asume la regulación del ordenamiento del territorio y el control de las actividades de extracción de los recursos naturales.
Esta responsabilidad puede asegurar que los impactos negativos a nivel social y ambiental
sean mínimos y permitirá que se apliquen medidas de restauración de las condiciones ecológicas del entorno afectado. El bioconocimiento y la valoración de los servicios ecosistémicos articulan el patrimonio natural con el talento humano, la investigación, la tecnología y la innovación. Este enfoque representa una enorme oportunidad para diversificar la matriz productiva del país Hacia una sociedad de los bienes y derechos comunes
El Ecuador impulsa una posición nacional en materia de los bienes comunes globales.
Ésta implica el derecho humano al agua, los derechos de la naturaleza, y los principios de responsabilidades comunes pero diferenciadas frente al cambio climático. La preservación de los bienes y derechos comunes es el punto de partida para la obtención del bienestar general y, por tanto, para el mejoramiento de las condiciones de vida de los seres humanos. Es el resultado de una voluntad política colectiva. Los bienes comunes son aquellos que pertenecen a todo el mundo en el presente y en el futuro. Los bienes públicos son aquellos a los que todo el mundo debe tener derecho aquí y ahora. Lo común es de todos y lo público es para todos. La idea del bien común propone no sacrificar el futuro para alimentar el presente, la idea del bien público añade a esto que no se puede preservar el futuro sacrificando el presente. Estos conceptos van en contra del “todomercado” que ataca la existencia de bienes comunes indivisibles, inalienables, inajenables e incondicionalmente accesibles y utilizables por todos y todas. De la edificación y protección de los bienes comunes, se deriva una nueva visión de la sociedad en la que el ser humano pasa a ocupar un lugar central en la visión normativa de la economía. Es priorizar la lógica del valor
de uso sobre el valor de cambio, así como la lógica de la no-acumulación en contra de la pura
lógica capitalista del lucro incesante. La idea de lo común es el reconocimiento de la imposibilidad de reproducir lo social y el Buen Vivir en sociedad, sin la participación horizontal de todas las formas de existencia social en un proyecto de máxima igualdad, máximo reconocimiento
y máxima cooperación productiva. Hacia una sociedad pluralista, participativa y autodeterminada
Un Estado efectivamente democrático requiere instituciones políticas y modos de gobierno
públicos. Estas deben sostenerse mediante una estructura de representación política pluralista y la apertura de espacios de participación ciudadana para acrecentar su poder de incidencia pública, sus capacidades de auto-gobierno y de organización social autónoma.
El gobierno democrático participativo entraña la presencia de una ciudadanía activa y
de fuertes movimientos sociales que trabajen en redes abiertas con los agentes estatales,
para tratar cuestiones locales y temas nacionales. También es necesario institucionalizar múltiples espacios de participación a fin de que la ciudadanía gane capacidad de influencia y de control sobre las decisiones políticas. La innovación institucional participativa democratiza
la gestión pública y la vuelve más eficiente, por cuanto se sustenta en las demandas
y en la información producida colectivamente durante el diálogo público entre la sociedad y
el Estado. En la medida en que dicha participación logra activar el interés y el protagonismo
de los sectores más desfavorecidos, tiene además consecuencias concretas en una redistribución más justa de la riqueza social.
Las bases sociales de la democracia participativa apuntan alcanzar un tipo de igualdad sustantiva que posibilita la reciprocidad entre sus miembros. Ello permite integrar a los diferentes actores en un proceso de diálogo, en el que intereses y objetivos en conflicto se evalúan
y jerarquizan de acuerdo a un conjunto de criterios definidos públicamente y entre iguales.
Hacia la soberanía y la integración de los pueblos
Bajo los principios de la libertad, la soberanía y la autodeterminación de los estados nacionales,
la consecución de un nuevo orden internacional debe fomentar la construcción de
un mundo multipolar, las relaciones pacíficas entre los pueblos y el bienestar general de la humanidad. La Revolución Ciudadana promueve la conformación de un orden global multipolar con la participación activa de bloques económicos y políticos regionales, y el fortalecimiento de
las relaciones horizontales para la construcción de un mundo justo, democrático, diverso e
intercultural. La multipolaridad de las relaciones internacionales supone democratizar las
instituciones de la gobernanza global, a fin de re-equilibrar el poder de los centros hegemónicos
del globo con los intereses de todas las naciones y reconstruir un escenario en que las
organizaciones internacionales se pongan al servicio de los pueblos y no de los poderes de
las potencias económicas y militares. También propugna la solución pacífica de
las controversias y los conflictos internacionales. Promueve la paz y el desarme universal, defiende
el principio de ciudadanía universal, la libre movilidad de todos los habitantes del planeta y
el progresivo fin de la condición de extranjero.
La integración de los pueblos del Sur del globo, de las naciones latinoamericanas y de
otros bloques regionales, aparece como condición clave para avanzar en un nuevo balance
del poder global que haga un efectivo contrapeso a los intereses de las grandes potencias.
Esto permitirá ampliar la agenda internacional hacia cuestiones hasta ahora relegadas a un
segundo plano en los foros internacionales (descolonización, cambio climático, ciudadanía
universal, etc.). La Revolución Ciudadana impulsa la integración, política, cultural y económica de la región andina, de América del Sur y de Latinoamérica, para favorecer la consolidación de organizaciones de carácter supranacional conformados por los estados de América Latina y del Caribe, así como la suscripción de tratados y otros instrumentos integrales de integración regional.
Fomenta un nuevo sistema de comercio e inversión entre los estados que se sustente en la justicia y la solidaridad. Hacia un Estado democrático, plurinacional y laico La visión de un Estado plurinacional, megadiverso y plural, busca la descolonización del Estado, el reconocimiento político de la diversidad étnica, regional y sexual, y promueve una sociedad identificada con los sentidos de lealtad y pertenencia a la comunidad política. La figura del ciudadano como titular de unos

La transición para la gran transformación: acabar con el Estado burgués Somos revolucionarios y queremos lograr los cambios sociales lo más rápido posible. Todo proceso social tiene sus ritmos y cadencias. Tampoco podemos aislarnos de los contextos internacionales y regionales que nos marcan las pautas políticas y económicas. La Revolución Ciudadana ha propuesto un cambio de paradigma que no solo busca dejar atrás las miradas convencionales asociadas con el capitalismo, sino construir una sociedad que tenga como eje la garantía de las condiciones de vida de los seres humanos y de la naturaleza: la sociedad del “Buen Vivir” o “Sumak Kawsay”, que se identifica con
la realización de las facultades de cada uno, la reproducción indefinida de las culturas humanas y la armonía con la naturaleza. Vamos a lograr una transición para la gran transformación: edificar un Estado popular, de todos, que desintegre las viejas estructuras heredadas del Estado burgués, de unos pocos. Las transformaciones no solamente se resuelven desde lo técnico, sino y sobre todo desde la política. Esto conlleva modificar las relaciones de poder.
En estos seis años de gobierno hemos dirigido nuestra acción a enfrentar las estructuras de poder enraizadas en la sociedad a las que nadie se atrevió a subvertir: los grandes medios de comunicación que ponían o desestabilizaban gobiernos, el poder omnímodo de ciertos banqueros, la relación sumisa con las empresas transnacionales y los organismos internacionales de crédito.
Por esto es tan importante construir un Estado que nos represente a todas y todos, donde la organización popular sea la fuerza motriz fundamental. derechos exigibles, únicamente en términos individuales, se une a una noción de derechos
de titularidad colectiva: lenguaje, cultura, justicia y territorio. Tal diversidad es reflejada institucionalmente mediante una arquitectura estatal de carácter flexible, donde la descentralización, la autonomía y otras circunscripciones territoriales especiales pasan al primer plano. El reconocimiento de la diferencia en la igualdad abre el espacio para políticas específicas de discriminación afirmativa, que asegure la reparación de las ventajas históricas de ciertos grupos, y proponga oportunidades igualitarias para todas y todos los ecuatorianos. En una sociedad radicalmente democrática, la cultura debe ser concebida y experimentada
como una actividad simbólica, que da libre cauce a la expresividad y capacidad de reflexión
crítica de las personas. El Estado debe garantizar la actividad cultural como un bien público.
La interculturalidad juega un papel fundamental en este desafío por la igualdad, el Sumak
Kawsay o el Buen Vivir, porque para Vivir Bien debemos aprender a convivir entre distintos,
partiendo de que tenemos los mismos derechos y responsabilidades reconociéndonos como diferentes, cada uno con un origen, unas prácticas, costumbres, conocimientos y saberes.
Por eso creemos que el Diálogo de Saberes contribuye a la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Este busca la revitalización, promoción y protección de los saberes ancestrales,
conocimientos tradicionales y locales para incorporarlos a la cultura científica en el
marco del respeto al ambiente, la naturaleza, la vida, las culturas y la soberanía para la consecución del Buen Vivir. La defensa de la laicidad del Estado es una condición sine qua non para garantizar la plena libertad de conciencia y el pluralismo social en todas sus expresiones. Reafirmamos la necesaria separación entre el Estado y las iglesias, a partir de una clara distinción entre la esfera de lo público, que concierne a todos y a cada uno de los ciudadanos –independientemente de sus orientaciones en materia de conciencia–, y la esfera de lo privado, donde tienen lugar las creencias particulares. Los poderes públicos deberán proteger la libertad religiosa y de culto, entendida como un aspecto del derecho
a la libre conciencia y sin ninguna clase de discriminación. Tenemos derecho a tomar decisiones libres, informadas, voluntarias y responsables sobre nuestra sexualidad, nuestra vida y orientación sexual, en el contexto de un Estado laico que garantice el anti dogmatismo y el respeto, para beneficiarnos del progreso científico y del acceso a una información y educación libre y sin prejuicios. Para consolidar estos principios necesitamos
realizar una transformación del Estado, las instituciones y de la sociedad.mEl nuevo paradigma, además de establecer una serie de principios y pautas de interacciónmsocial, busca alternativas de acumulación, redistribuciónmy regulación y nuevas formas de coordinación democrática de la sociedad. ElmGobierno de la Revolución Ciudadana es consciente de los “tiempos” involucrados en unadinámica de cambio. Sería pretencioso e ingenuo postular que de la noche a la mañana sempuede modificar el modo de producción, la forma de acumulación y el consumo. Ello no significa abandonar el terreno político de la gran transformación social sino afrontarlo de modo
estratégico y sin veleidades ideológicas. La transición del capitalismo hacia el régimen del Buen Vivir implica también el manejo de la sostenibilidad ambiental del planeta. La disputa por salir del capitalismo y construir otro orden está asociada, entre otras razones, a los límites biofísicos (materiales, de espacio y tiempo) que las economías se impongan. La economía capitalista es una economía ficticia porque basa su construcción en el dinero, un ente artificial, lo cual potencia su desconexión con el mundo real. Sin perder de vista el horizonte de la gran transformación, una izquierda no demagógicadebe plantear estrategias viables en el tiempo, considerando sobre todo de dónde se parte y cuál es el poder real que tiene el Estado en el ámbito nacional y en el concierto del sistema global. En el caso ecuatoriano, cabe reconocer los límites estructurales de una economía sin moneda propia, que depende en gran parte del sector primario-exportador, que genera poco valor agregado y que carece de real influencia en el concierto internacional. La procura del Buen Vivir requiere políticas y programas que desestructuren las bases de una matriz productiva ya dada, que abra las posibilidades para la diversificación de la economía, logre la reactivación de las fuerzas productivas locales y la generación de empleo digno, para reforzar
el carácter democrático del Estado. Allí radica el núcleo central de un programa serio y viable de
transformación estructural de la sociedad.El cambio de la matriz productiva Cambiar la matriz productiva significa transformar la estructura económica del país; es decir, transformar aquellas relaciones entre los actores sociales que producen bienes y servicios en los cuales están presentes los recursos tangibles (naturaleza) e intangibles (conocimiento). La Revolución Ciudadana ha recuperado el Estado de las manos de los intereses particulares para cambiar la matriz productiva
primario-exportadora, monopolista, desigual y dependiente, en una matriz equitativa, emancipadora y soberana, generadora de productos con valor agregado. Para entender este proceso debemos partir de dónde venimos, cuál ha sido nuestra estrategia durante estos seis años, qué hemos logrado, y qué debemos hacer para profundizar en cambio en los próximos años.
¿De dónde venimos? Una matriz primarioexportadora, explotación y dependencia A pesar de que la ideología neoliberal se ha encargado de convertir el “proteccionismo” en una mala palabra, la realidad histórica devela que son solo aquellos estados que han protegido e invertido estratégicamente en el desarrollo de su industria nacional y su soberanía los que han logrado generar en sus países la riqueza y el trabajo necesarios para asegurar el bienestar de sus pueblos. Eloy Alfaro ya enfatizó, en el contexto de su época, este hecho. Antes de él, estadistas como Alexander Hamilton y Ulysses Grant en Estados Unidos, y Robert Walpole en Inglaterra, ya habían reconocido la importancia de realizar inversiones en sus industrias nacientes, protegiéndolas con políticas comerciales específicas. A fines del siglo XIX, Grant declaró que Estados Unidos imitaría el modelo proteccionista inglés: “dentro de 200 años, cuando América haya obtenido del proteccionismo todo lo que éste puede ofrecer, también adoptará el modelo de libre comercio.”
En efecto, la mayoría de países industrializados siguen practicando hasta el presente una política mixta que combina protección de las industrias y del sector agrícola, y “libre comercio” para el resto del mundo. Fueron establecidas economías protegidas hacia adentro, políticas dirigidas hacia la extracción “libre” de las materias primas de los países del Sur global, y que además promovieron el ingreso “libre” de sus inversionistas predatorios y monopolistas a nuestros países. Esta doble moral de la política comercial de los países del Norte, con sus lógicas imperiales de coerción, ha impuesto a nivel global una división internacional del trabajo que obliga a los países del Sur a producir materias primas baratas para los países del Norte. Mientras que el
Sur se ve obligado a comprar sus productos industrializados, sus bienes de capital y consumo, con alto valor agregado y, por ende, mucho más costosos. Este es el patrón de intercambio desigual
que domina las relaciones internacionales. Sin embargo, no podemos caer en una postura
ociosa de víctimas. Tenemos que reconocer que el Norte no hubiera podido establecer
este patrón global de desigualdad si no hubiera contado, desde los tiempos de la colonia, con
el apoyo de las élites nacionales de nuestros países; es decir, de una burguesía exportadora
y un Estado servil a esos grandes intereses. Nuestra burguesía primario-exportadora,
históricamente, se sirvió del Estado para mantener una estructura productiva ociosa que solo
protegía sus intereses particulares. Se trató de una política entreguista en la que el Estado cedía a cualquier presión de las grandes potencias, a cambio de que estas compraran nuestros bananos, camarones, cacao, atún, flores y petróleo, sin imponernos grandes barreras para
la exportación. El resultado de esta política para nuestro país y los pueblos del Sur ha sido una inercia productiva y una profundización de las desigualdades. Por una parte, los sectores exportadores se enriquecen, gozan de bienestar y consumen bienes suntuarios importados desde
el Norte. Por otra parte, se precariza el trabajo para lograr menores precios y mayor competitividad en los mercados del Norte, lo cual obliga a todos los países del Sur a continuar con la misma dinámica, compitiendo entre sí para asegurarse un espacio en los mercados. El conjunto
de la sociedad sufre las consecuencias de la permanente transferencia de nuestra riqueza hacia
el Norte. La inercia de la importación de sus productos industrializados impide el desarrollo
de nuestras fuerzas productivas y reproduce la dependencia de los mercados hegemónicos.
En América Latina y en el Ecuador el periodo neoliberal agudizó este patrón de especialización.
Los experimentos de industrialización de los años 70 fueron destrozados con el desmantelamiento del Estado y la aplicación de políticas de apertura comercial y ajuste estructural establecidas por el Consenso de Washington. Con la adopción del dólar de los Estados Unidos como moneda de curso legal a inicios de 2000, en el contexto de la más profunda crisis financiera y económica de la historia nacional, se condicionó la sostenibilidad del sistema monetario a los flujos de divisas que llegan al país, que por las propias características del comercio exterior, resultan dependientes de factores exógenos inestables y ajenos al control local. Frente a este patrón de especialización, con sus perversas consecuencias sociales de inercia productiva, explotación y pobreza, es imprescindible avanzar hacia una transformación de la matriz productiva en que confluyan nuevas políticas para el estímulo de la producción local, la diversificación de la economía y una inserción inteligente en la economía mundial. Se trata de construir una sociedad no solo de mayor riqueza sino con capacidad de innovación. La propuesta de un cambio en la matriz productiva implica una ruptura con el pasado colonial, la dominación terrateniente, el país del gran cacao, la república bananera y el proyecto neoliberal. La transición procura romper la inercia primario-exportadora para valorar nuestras capacidades de trabajo, al crear innovación e ingenio y considerar que nuestros recursos naturales son finitos. Del éxito que tengamos en este proceso de transición depende el Buen Vivir de nuestros pueblos durante ésta y las próximas generaciones. El cambio de rumbo: las bases de la transformación productiva Desde el año 2007 estamos consolidando el Estado democrático para el Buen Vivir. Un elemento central de esta estrategia ha sido la recuperación del Estado como ente planificador y catalizador de la transformación. La nueva planificación pública ha delineado ya ciertas estrategias, de mediano y largo plazo, para la transformación de la estructura productiva. Se trata de implementar un conjunto de políticas, con enfoque territorial, que modifiquen los esquemas de acumulación, distribución y redistribución, a fin de dinamizar las fuerzas productivas locales y fortalecer la economía nacional. La planificación de la inversión pública, los incentivos tributarios para la producción, el desarrollo de una economía del conocimiento y el crédito productivo aparecen, entre otros, como mecanismos fundamentales para estimular el crecimiento de nuevos sectores de la economía, democratizar el acceso a los medios de producción, crear las condiciones para incrementar
productividad y generar empleo de calidad. De modo más integral se han delineado los componentes básicos de la estrategia de cambio productivo. Un primer punto fundamental es la acumulación para la transición y la profundización de la redistribución. Mediante un proceso de sustitución selectiva de importaciones,
del impulso al sector turístico y de inversión pública estratégica, que fomente la productividad
sistémica, se deben sentar las bases para construir la industria nacional y producir cambios sustanciales en la matriz energética, que son los motores de la generación de riqueza.
La transferencia tecnológica, la inversión pública para la formación de las capacidades humanas −especialmente en ciencias básicas y biodisciplinas−, y el fortalecimiento de las
condiciones para el ecoturismo comunitario son prioritarios en este nivel. De igual modo, la protección a sectores generadores e intensivos en trabajo y empleo aparece como un elemento clave de la estrategia productiva. Con igual prioridad, deben promoverse las iniciativas provenientes de la economía popular y solidaria,
y de los sectores que sostienen la soberanía alimentaria del país, y en general, del tejido económico que permite la satisfacción de las necesidades básicas de la ciudadanía.
Otro componente clave de la reconfiguración productiva en el Ecuador del siglo XXI, es
incremento del peso relativo de la nueva industria nacional frente a aquella de base primaria,
y consolidar un superávit energético, principalmente mediante la producción y el consumo
de energía limpia. La diversificación y sustitución de exportaciones aparece como la consecuencia de mayor peso de la industria nacional en el conjunto de la economía. Se espera que aquella satisfaga la demanda interna y genere excedentes para la exportación. La estrategia busca sustituir exportaciones primarias por las de bienes con mayor valor agregado y no exclusivamente dependientes del sector extractivo. En el mediano plazo, el peso relativo de la industria nacional sería igual al peso relativo de los bienes primarios (exportables) en el conjunto de la economía.
La inversión en ciencia y tecnología deberá impulsar la innovación productiva en aspectos relacionados con la promoción de la industria nacional y la sustitución de las importaciones. El despegue de los bio-servicios y su aplicación tecnológica está en el horizonte de largo plazo de este cambio de la matriz productiva.  En el ciclo 2007-2012, el gobierno de la Revolución Ciudadana ha realizado avances significativos.
Se ha dado énfasis a la construcción de un marco normativo y una institucionalidad funcional a la estrategia de cambio en que destaca la ubicación de los sectores de electricidad, agua, hidrocarburos y minas, y telecomunicaciones como campos estratégicos para la innovación. Para asegurar el manejo adecuado de estos sectores se creó en 2008 un Ministerio
Coordinador de Sectores Estratégicos para proponer, ejecutar, articular, supervisar y evaluar las políticas, proyectos, planes y acciones intersectoriales, que coordine la gestión de los
Ministerios de Recursos Naturales no Renovables, de Electricidad y Energía Renovable, de
Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información (MINTEL), de la Secretaría Nacional del Agua (SENAGUA), Petroecuador y Centro Nacional de Control de Energía (CENACE).
Esta nueva institucionalidad se articula a un conjunto de avances normativos que, entre otros logros, han permitido la recuperación soberana del uso de los recursos petroleros para la inversión nacional, la reversión de las concesiones mineras, y la fijación de procedimientos para la constitución de empresas públicas que gestionen los sectores estratégicos. El Código Orgánico de la Producción, aprobado en diciembre de 2010, estableció una serie de incentivos para la producción que privilegia a las pequeñas y medianas empresas, motiva la inversión en zonas deprimidas, establece una clara normativa para la seguridad de las inversiones y fija la figura del salario digno −que trasciende el llamado “salario mínimo”− para los trabajadores. Esta última iniciativa se suma a la eliminación de la tercerización y a la obligación de los empleadores a afiliar a la seguridad social a sus trabajadores en relación de dependencia. Este conjunto de medidas busca eliminar la precarización laboral. Con el fin de apoyar la economía popular y solidaria, en 2011 se aprobó también la Ley Orgánica de Economía Popular y Solidaria (LOEPS). Esta crea el Fondo de Liquidez del Sector Financiero Popular y Solidario, el Comité Interinstitucional como ente rector y su superintendencia, como organismo técnico. La LOEPS cristaliza los lineamientos de la Constitución donde el sector llamado “popular y solidario” (cooperativo, asociativo y comunitario) tiene un papel privilegiado dentro de la pluralidad de actores que se reconocen como parte del conjunto de la economía. Por medio de la regulación y la creación de este marco institucional, la LOEPS presta legitimidad y apoyo a las tres formas de organización económica de su sector. Pese a la férrea oposición de la burguesía, en 2011 logramos también establecer Ley Orgánica de Regulación y Control de Poder de Mercado. La ley protege a la ciudadanía y a los pequeños productores de las conductas abusivas de los productores monopólicos, como la fijación de precios excesivamente altos, la competencia desleal y la generación de barreras que imposibilitan el ingreso de nuevos productores. Al controlar el abuso de poder de mercado, la Ley busca aportar a la creación de un sistema económico eficiente, inclusivo e igualitario. Más allá de los avances normativos, la apertura del cambio de la matriz productiva ha sido apuntalada por la ingente inversión en la matriz energética e infraestructura de transporte y telecomunicaciones. Ello aparece como un
elemento capital para el dinamismo de la economía (productividad y competitividad) y la integración social de la nación. Hemos invertido en carreteras e infraestructura portuaria, lo cual ha permitido la reducción en los tiempos de la transportación. La inversión en infraestructura se ha dirigido estratégicamente a la promoción de una estructura territorial policéntrica, articulando movilidad, transporte y logística con las agendas productivas territoriales. Entre otros logros, se han invertido US$ 359 millones en la construcción de puentes; se ha ejecutado una rehabilitación vial agresiva y se han construido y remodelado varios aeropuertos en ubicaciones clave, para mejorar la conectividad y la integración estratégica del Ecuador en el mundo. Hemos procedido de igual modo en las telecomunicaciones, implementando una mayor cobertura de banda ancha y ampliando la red de comunicación por internet de menor costo. Hemos reducido, además, los costos en la generación de electricidad. Contamos ahora con una justicia más eficiente pues se han reducido los tiempos en los trámites judiciales. Fortalecimos además las políticas para la seguridad ciudadana que ha permitido un mayor incremento en la inversión turística. Todas estas realizaciones afirman el compromiso político del gobierno con la gran transformación que ahora proponemos. En aras de la soberanía y la acumulación para la transformación hemos invertido en el campo de la refinación petrolera, apuntando hacia un cambio de matriz energética; hemos impulsado también proyectos históricos como la Hidroeléctrica Coca-Codo-Sinclair, el proyecto Toachi-Pilatón, el Proyecto Multipropósito Baba y la Central Hidroeléctrica Mazar, que son proyectos de gran envergadura que fueron abandonado por décadas y retomado por el Gobierno de la Revolución Ciudadana. Desde la política comercial, hemos diversificado nuestros destinos de exportación y establecido relaciones con nuevos socios comerciales, abriendo oficinas en un mayor número de países, afianzando de esta manera vínculos entre los países del Sur. En reiteradas ocasiones nos hemos negado a aceptar Tratados de Libre Comercio (TLC) que atentan contra nuestra soberanía económica, nuestra soberanía alimentaria y nuestras posibilidades de avanzar en la transformación de la matriz productiva. Para asegurar una postura soberana en el ámbito comercial hemos elaborado un modelo de “Acuerdo Comercial para el Desarrollo”, que orienta nuestra política comercial hacia el establecimiento de relaciones de complementariedad, solidaridad y comercio justo, en lugar de poner el acento en la mal llamada “libre” competencia. Finalmente, la inversión social estratégica para el cambio de la matriz productiva ha sido uno de los logros más trascendentes de la Revolución Ciudadana. La política de becas del gobierno nacional ha permitido que miles de ecuatorianos y ecuatorianas estudien en las mejores universidades del mundo en la perspectiva de contar con los talentos individuales necesarios para la diversificación de la economía. Hemos impulsado igualmente una estrategia integral de la transformación de la educación superior para apuntalar universidades de calidad y excelencia como parte de la construcción soberana de conocimiento crítico y aplicado. Las apuestas estratégicas Es imposible negar el cambio de rumbo que hemos dado en los últimos seis años. Mediante la transformación del Estado, las reformas normativas, la inversión estratégica en infraestructura y educación, y la reorientación de la política comercial, hemos sentado las bases para el cambio de la matriz productiva. Debemos concretar la sustitución selectiva de importaciones. Se trata de producir localmente bienes y servicios que en la actualidad importamos y que son necesarios para cubrir las necesidades de una vida digna. Hemos avanzado en la planificación de este proceso y en el establecimiento de las condiciones estructurales para impulsarlo. Igualmente, debemos dar mayor peso a la diversificación de las exportaciones y la mejora de la calidad y la competitividad de nuestros productos, incorporando mayor valor agregado para su colocación en los mercados internacionales. Se evalúan efectos competitivos logísticos y condiciones específicas para diversificar destinos y aprovechar mejor las oportunidades.
El cambio de la matriz productiva significa potenciar y fortalecer a los sectores productivos
en los cuales ya tenemos grandes ventajas competitivas (turismo, calzado, textiles, agricultura,
etc.), mediante la incorporación de conocimiento, ciencia y tecnología, así como también del desarrollo de nuevas industrias estratégicas como son la refinación, los astilleros, la petroquímica, la metalurgia y la siderurgia. El apoyo a la economía social y solidaria es un componente importante para lograr este cambio.
La diversificación de la producción minimiza la dependencia comercial Con el despegue la de Ciudad del Conocimiento (Yachay) y su articulación a nuestros centros de investigación, debemos comenzar a formar las capacidades para el cambio de la matriz productiva, planificando el desarrollo de bioconocimientos, bioservicios y su aplicación tecnológica. La investigación y la transferencia tecnológica serán centrales en este proceso. Sin la economía del conocimiento no hay cambio posible de la matriz productiva. La educación superior, la innovación científica y tecnológica y la formación de talentos es clave en este momento de despegue de la estrategia de cambio productivo. No contar con capacidades locales e innovación para el impulso de dicha sustitución, quedaría en una simple proclama voluntarista.
La nueva matriz articula al sector productivo con una verdadera economía del conocimiento,
que pone a la educación, la ciencia y la tecnología en el centro el desarrollo de la institucionalidad.
La transición productiva requiere una fuerte inversión pública en la universidad y una gran transformación cualitativa en el campo de la investigación, la ciencia y el desarrollo tecnológico a nivel nacional. Esto implica la participación de un sector privado emprendedor, propositivo, creativo y con una visión de progreso colectivo. Este conjunto de cambios deberá articularse cada vez con mayor fuerza al proceso de integración regional con una estrategia productiva y comercial orientada hacia la consolidación del comercio justo y solidario con los países de la UNASUR y ALBA. Dentro de este proceso, deberemos apoyar la conexión entre nuestros países mediante el desarrollo de iniciativas como la red ferroviaria y de otros circuitos para la integración del espacio regional. La construcción de esta nueva lógica interna, el fortalecimiento del proceso de acumulación propia, exige una articulación armónica desde dentro hacia fuera. Ello se traduce en la articulación de otra forma de participación nacional en el contexto internacional y en la construcción de una dinámica alterna de inserción mundial, sincronizada con las necesidades locales y adecuadas al mercado global.
Como parte del ciclo económico, y en el marco de nuestra preocupación social y ambiental,
Impulsaremos también políticas activas en torno al consumo. Es urgente la generalización de patrones de consumo responsables para fortalecer la soberanía alimentaria y el apoyo a la economía endógena para el Buen Vivir.
En suma, nuestro programa de gobierno prioriza un nuevo perfil de especialización productiva.
Esta propuesta se orienta hacia una economía post extractivista que no sea dependiente de la exportación de bienes primarios, ni de la explotación de una mano de obra poco calificada, y que además tenga un menor impacto ambiental. Con el cambio de la matriz productiva el país generará mayores riquezas, garantizará un trabajo digno para todas y todos
y dejará atrás su situación de dependencia de las fluctuaciones de la demanda internacional de bienes primarios. Construir un Estado democrático del Buen Vivir desde los territorios El Estado ecuatoriano permaneció en construcción desde el inicio de la República en 1830. Algunos momentos importantes en su consolidación no han bastado para terminar de estructurarlo. Los valiosos y diferenciados aportes de García Moreno, Eloy Alfaro, Isidro Ayora y el gobierno militar de Rodríguez Lara fueron momentos emblemáticos en la construcción de nuestro Estado nacional.
Sin embargo, entre 1996 y 2006 el país vivió su peor crisis política-institucional: ningún presidente electo en esta década pudo terminar su período de mandato, el desprestigio de la clase política se profundizó y la legitimidad institucional llegó a su nivel más crítico. La revuelta de 2005, cuyo grito de guerra fue “que se vayan todos”, expresaba el profundo malestar popular con toda la estructura de representación política y la necesidad de una reforma radical de las instituciones y la clase política.
En el año 2006 empezamos a recuperar la Patria. La propuesta de transformación que la
Revolución Ciudadana hizo al país tuvo como eje central la revolución política constitucional.
La convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente fue la consigna y el fundamento para transformar el escenario político del Ecuador. El 82% de los ecuatorianos, hombres y mujeres, se pronunció a favor de la instalación de una Asamblea de plenos poderes para rediseñar el
Estado y superar la crisis. En ese momento el eje central de nuestro proyecto fue la recuperación y la transformación del Estado. Lideramos entonces una revolución normativa con la promulgación de la Constitución y, en lo posterior, con la aprobación de más de un centenar de leyes para que
operara el nuevo marco constitucional. Seis años más tarde hemos recuperado la autoridad pública, las facultades estatales para proteger el bien común e incorporar las demandas de las grandes mayorías, y hemos impulsado la descentralización y la desconcentración como nunca antes hiciera la vieja clase política. La recuperación del sentido y el valor de lo público es el fundamento de la transformación del Estado. Bajo este marco, un nuevo período de gobierno nos avoca a terminar de desmantelar el Estado burgués en procura de un Estado democrático y ciudadano para el Buen Vivir. Un nuevo período nos obliga a una mayor claridad programática en el ámbito político; vamos a radicalizar las transformaciones estatales para profundizarlas, ampliarlas o corregirlas, pero sobre todo, vamos a hacerlas irreversibles. Tal vez uno de los procesos más innovadores y revolucionarios dentro de la transformación y consolidación del Estado ecuatoriano ha sido su reorganización territorial. Esta reorganización ha tenido como objetivos la construcción de equidad y cohesión territorial. La ruptura con el centralismo (y el bi-centralismo) acerca al Estado y a los servicios públicos a la ciudadanía. Llevamos adelante dos procesos fundamentales: la desconcentración y la descentralización. Ambos procesos conducen a entregar poder a los territorios para dar respuesta a las necesidades de la población y procesar las demandas ciudadanas allí donde se generan. Con la desconcentración hemos quebrado el centralismo de los ministerios y hemos potenciado sus unidades territoriales, y con la descentralización hemos fortalecido un Estado integrado y compuesto por todos los niveles de Gobiernos Autónomos Descentralizados (GAD).
En la desconcentración los avances son notables y los retos para un nuevo período de gobierno son profundamente motivadores. La definición de nueve zonas de planificación y desconcentración −incluidas las ciudades de Quito y Guayaquil por ser ciudades región en sí mismas− terminó con el desorden de gestión territorial de todos los ministerios. Al inicio del gobierno, en el año 2007, ningún ministerio compartía la misma estructura territorial para su gestión. La desconcentración permitió definir agendas de trabajo zonal de acuerdo con las vocaciones productivas de los territorios, sus dinámicas reales y potencialidades. Hoy contamos con una estrategia territorial y 7 agendas zonales que proponen la equidad territorial y el alcance
del Buen Vivir en todo el espacio nacional. La desconcentración no solo ha sido útil para afinar la planificación territorial; su mayor potencialidad es permitir que el Estado y sus servicios se encuentren más cercanos a la ciudadanía local. La definición de 140 distritos y 1.134 circuitos, a nivel nacional, ha sido y es fundamental. Avanzar y consolidar con este proceso es uno de los retos fundamentales del nuevo período de gobierno.
Los distritos son unidades básicas de planificación y prestación de servicios públicos. Coinciden con un cantón o con una unión de cantones. Cada distrito tiene un promedio de 90.000 habitantes. No obstante, para cantones cuya población es muy alta —como Quito, Guayaquil, Cuenca, Ambato y Santo Domingo de los Tsáchilas— se establecen varios distritos en su interior. Los circuitos son las localidades más pequeñas donde se prestan el conjunto de servicios públicos de calidad. Coinciden con una parroquia o un conjunto de parroquias y tienen un promedio de 11.000 habitantes. Estas unidades de planificación y desconcentración de servicios son fundamentales para que el Estado no sea una construcción elitista, oligárquica y centralista. La capacidad de procesar las demandas populares está atada al anclaje de la provisión de servicios públicos en el territorio. Desde estos niveles de organización territorial se alcanzará una oferta ideal de servicios en cada localidad, sustentando un Estado planificado, desconcentrado, articulado, equitativo, con mayor cobertura y calidad de servicios públicos. Esto no es una herramienta tecnocrática sino una decisión política que permite el despliegue eficaz de la acción pública y, con ello, el cumplimiento de los derechos sociales de toda la población. Es aquí donde se hace efectiva la universalidad, la gratuidad y la provisión de servicios públicos de calidad. Aquí también se logra una inversión óptima y eficiente, adecuada a las necesidades territoriales y no a las negociaciones y exigencias gestadas o intermediadas desde el centro político.
Frente a la irresponsabilidad de gobiernos clientelares de décadas pasadas, que hicieron de la cantonización un arma de la negociación y de componenda política, la Revolución Ciudadana ha hecho del territorio un pilar fundamental a la hora de prestar servicios y garantizar derechos. Por ello, debemos proseguir en esta línea de transformación radical del Estado en los próximos años. Consolidar el Estado desde los territorios nos permitirá entregar servicios públicos de calidad que atiendan al conjunto de las necesidades de la ciudadanía a lo largo de sus vidas; desde el desarrollo infantil integral, la salud, la educación inicial, la educación básica y secundaria. Generar las condiciones y oportunidades de trabajo adecuadas, asegurar y proteger la vida de distintas contingencias, garantizar una vida digna para los adultos mayores, son otros de los objetivos que perseguimos.
Esta lógica territorial también es adecuada para lograr la seguridad de la ciudadanía. No podremos combatir de manera efectiva y eficiente la delincuencia si la policía no cuenta con el equipamiento necesario y no existe la penetración y cercanía territorial necesaria, como antes sucedía. Las unidades de vigilancia y de policía comunitaria, afincadas en todos los distritos y circuitos del país, generarán los logros que la población demanda.
Esto es y será posible gracias a la importante inversión que hoy se ejecuta y que se profundizará
en infraestructura social, de seguridad y de justicia en todo el país.
Bajo los principios y objetivos políticos señalados, la descentralización −que es la transferencia
de competencias del gobierno central a los GAD− también ha sido y será un eje fundamental de la transformación territorial del Estado. La Constitución contempla la reorganización territorial del Estado y la puesta en marcha de un Sistema Nacional de Competencias articulado al de planificación y al nuevo esquema de descentralización. Dicho sistema está fundamentado en la transferencia obligatoria, progresiva y definitiva de competencias, cuyo objetivo  es generar equidad territorial aplicando los principios de subsidiariedad, solidaridad, coordinación, corresponsabilidad, complementariedad, sustentabilidad del desarrollo, participación y unidad del Estado. Contamos con una definición clara de cuáles son las competencias exclusivas de cada nivel de gobierno, lo cual ha permitido evitar la superposición de funciones y responsabilidades, que ha sido muy común en décadas pasadas. Esto ha permitido que la ciudadanía pueda demandar sus derechos al nivel de gobierno correspondiente.
También hemos arrancado un proceso progresivo de transferencia de competencias
y recursos, basado en las necesidades territoriales y en las capacidades reales de los gobiernos autónomos descentralizados. Ya quedó atrás la época en que los “caciques” locales hacían presión política para lograr ventajas.
Esta forma organizativa de la administración descentralizada debe profundizarse en el próximo período de gobierno. Así podremos superar las deficiencias en la distribución y redistribución de recursos, generar equidad y cohesión territorial, y fortalecer el proceso de democratización del Estado. Este modelo estatal no tiene relación con las consignas separatistas, sino por el contrario, busca la inclusión, la integración y la justicia en todas sus dimensiones.
La ejecución del Plan Nacional de Descentralización, aprobado por consenso entre todos los niveles de gobierno, dinamiza y ordena el proceso. Hacia futuro se deben impulsar las capacidades de los gobiernos autónomos descentralizados y garantizar que el ejercicio de sus competencias se encuentre a favor del ciudadano, el gran beneficiario de este proceso. Reconocemos al territorio en su diversidad, por eso impulsamos la creación de regímenes especiales de gobierno territorial, como los distritos metropolitanos, el régimen especial de Galápagos o las circunscripciones territoriales indígenas, afroecuatorianas y montubias. La Constitución de la República abre los caminos, estableciendo el procedimiento para que efectivamente se creen las circunscripciones territoriales, con su gobierno propio y con los recursos que les corresponda en el Presupuesto General del Estado. El marco normativo está listo, ahora la responsabilidad de hacer realidad este sueño está en las organizaciones indígenas, afroecuatorianas y montubias. Así construimos el Estado Plurinacional e Intercultural desde los territorios.
El proceso de democratización, desconcentración y descentralización del Estado debe marchar paralelo a la construcción de nuevas instituciones, redes sociales e instrumentos de evaluación y seguimiento de la política pública.
Es imprescindible monitorear la eficacia y la calidad de la acción pública. El desafío central será robustecer la capacidad de las instituciones públicas para evaluar y orientar de manera adecuada la inversión pública en los territorios, y al mismo tiempo dar seguimiento a un conjunto heterogéneo de políticas, a fin de construir formas de medición propias y novedosas sobre la acción pública, sus impactos y el avance del Buen Vivir de la ciudadanía. Sin un efectivo monitoreo de las intervenciones gubernamentales se cerrarían las opciones para que la acción pública provoque el cambio y la transformación social. Tienen que evitarse las tendencias inerciales y burocráticas en la gestión del aparato público.

El Estado democrático del Buen Vivir desde los territorios debe, finalmente, potenciar el uso de los instrumentos, mecanismos e instancias que fija la Constitución de la República para hacer de la construcción de la política pública un campo de articulación entre los esfuerzos gubernativos
y las demandas sociales. Los funcionarios deben dar paso a una comprensión de la acción pública como espacio en que electos, funcionarios, ciudadanos y colectivos cooperen, debatan, intercambien información y conocimiento a fin de que puedan tomar las decisiones más pertinentes y eficaces para evitar un estado de inercia estatal, que fue la característica de épocas anteriores. Fortalecer la sociedad
Cambiar la matriz productiva y democratizar al Estado no tendría sentido emancipador si no ponemos en primer plano al fortalecimiento de la sociedad. Esa es la finalidad de cualquier proceso de cambio genuino que se orienta desde una brújula socialista. Se trata de promover la construcción de una sociedad que profundice la calidad de la democracia y amplíe sus espacios de incidencia en condiciones de igualdad social y material. Debemos empoderar a la sociedad y no al mercado, como ocurrió en el neoliberalismo; ni al Estado, como fue en el “socialismo real”. La sociedad es el eje orientador del desenvolvimiento de las otras grandes instituciones sociales. Potenciar la sociedad es promover el desarrollo de las libertades y de las capacidades reflexivas, críticas y cooperativas de cada individuo, de cada pueblo y de cada colectivo. Esa capacidad exige que la ciudadanía tenga influencia en la discusión sobre el uso, la asignación y la distribución de los recursos tangibles e intangibles del país. Exige además que todos y cada uno estemos en condiciones de desarrollar nuestros talentos y facultades, de acuerdo con el proyecto de vida que va a procurarnos felicidad, dignidad, realización y plenitud.
El Estado debe eliminar las desigualdadesque producen dominación, opresión o subordinación entre las personas; debe crear escenarios que hagan viable el ejercicio activo de los derechos, la emancipación y la autorrealización. Deben profundizarse las posibilidades de mutuo reconocimiento, mediante el ejercicio de los principios de solidaridad, paridad y fraternidad.
Estos postulados proponen una ruptura radical con las visiones instrumentales y utilitarias  sobre el ser humano, la sociedad y las relaciones que tienen estos con la naturaleza. Estamos edificando una sociedad de individuos libres y solidarios, de hombres y mujeres con capacidad de forjarse un destino con una forma propia de ver el mundo. Vamos a lograr la autodeterminación desde lo social poniendo en el centro los procesos educativos y la producción abierta de conocimientos y bienes culturales. No existe libertad sin pensamiento crítico, propio y autónomo. La educación de calidad −igualitaria en derechos y respetuosa con las diversidades− es uno de los pilares fundamentales de la sociedad del Buen Vivir. Esta debe ser garantizada a todas las personas, sin ningún tipo de discriminación.
Tiene como objetivo la creación de hombres y mujeres libres y autónomas, a la vez que actúa
como claro instrumento de movilidad social. Más que acumular conocimientos debemos
ser capaces de adquirir y transmitir habilidades, capacidades y, sobretodo, aprender a aprender;
despertar en pequeños y mayores la curiosidad y voluntad de superación, y tener los instrumentos
cognitivos y materiales para que esto sea posible. Educamos y nos educamos en escuelas y universidades pero también en nuestras interacciones comunitarias cotidianas. La política, el ocio y la familia no resultan ajenas a los procesos formativos de cada uno de los habitantes.
Como apuntaron los pedagogos del pueblo, entre otros Paulo Freire, todos y todas podemos enseñar y aprender algo. Las ciudades, pueblos y comunidades deben ser entendidas como realidades educativas; debemos consolidar el espacio público para que así sea posible. Una ciudadanía educada construirá con menos dificultades un tejido social rico y autónomo respecto a los poderes del Estado; edificará institucionalidad de lo social para generar procesos de autogestión y cooperación en las relaciones sociales. Debemos trabajar para la creación de solidaridades y democracia desde las bases para posibilitar la cohesión social, la convivencia pacífica y la emancipación de cada uno. Los procesos de creación y difusión de conocimiento y bienes culturales tienen que ser abiertos y plurales, entendidos estos como actos colectivos. La ciencia y la tecnología, la cultura y el arte son producciones sociales (no individuales) ya que requieren de la puesta en común de saberes y talentos. No podemos aceptar la privatización de la ciencia y la cultura: esta no da cuenta del cerebro colectivo que hay detrás de estas producciones. Las patentes y los copyright suponen un freno al avance en estos campos y también a su democratización. A la vez encarnan en sí mismos la injusticia de la alienación de los saberes generados en sociedad. Nuestros cuerpos también son espacios de batalla. Queremos habitar un mundo donde deseos, afectos y sexualidades sean vividos desde la libertad personal y el respeto; donde las diversas formas de convivencia que cada uno escoge no encuentren discriminaciones ni prohibiciones. Ni el Estado, ni la iglesia, ni el mercado tienen que condicionar vivencias y prácticas del ámbito privado que se lleven a cabo libremente, ni por acción ni por omisión. El derecho a disfrutar una sexualidad plena implica la socialización de conocimientos en planificación familiar así como también de educación afectiva y sexual. Nuestras sociedades patriarcales se han construido sobre roles y estructuras sociales que han limitado el abanico de posibilidades a mujeres, pero también a hombres, transexuales y transgéneros. Y es hora de romperlas. Hombres y mujeres libres y críticos construirán comunidades autodeterminadas con fuertes instituciones sociales, con la consolidación de espacio público no estatal. Disfrutarán del placer de construir una vida autónoma sin más limitación que la vida autónoma del resto de ciudadanos y ciudadanas. Los poderes públicos deben garantizar el desarrollo de oportunidades, capacidades y talentos, y fomentar el respeto a la diversidad y a la pluralidad sin discriminación alguna. Pero los poderes públicos no deben dictar moral, formas o proyectos de vida. No deben mezclar religión y política. Dicha diferenciación es una condición ineludible para una sociedad de personas con autonomía moral, capacidad crítica y respeto de los otros. Nuestra experiencia nos ha dado la madurez para gobernar; ha sido un proceso con el que hemos aprendido, pero también hemos entregado aprendizajes. Esto nos distancia enormemente del pensamiento de las élites económicas y políticas, pero también nos diferencia de una izquierda teórica, sin experiencia y con poco apego social, frente al desafío de gobernar.
Los principios que guían nuestra acción colectiva tienen que cristalizarse en un conjunto de 

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